Australia, segunda etapa

Hoy hace una semana que aterrizábamos en el Kingsford Smith procedentes del antiguo continente donde pasamos unos días de lo más intenso intentando ver a la mayoría de gente que pudimos. A todos los que vimos fue realmente un placer, la verdad es que se hizo demasiado corto. A los que por una u otra cosa nos fue imposible ver, pediros disculpas y comprensión ya que en poco más de 10 días es súper complicado por no decir imposible coincidir con todo el mundo, y menos en fechas como estas que corrían de recogimiento familiar y vuelta a ciudades natales…

Anyway, como todo lo bueno se acaba cuando nos quisimos dar cuenta ya estábamos otra vez a bordo de un avión que previa parada en Singapur que documentaré en otro post nos dejó de nuevo en Sydney. Así pues tenemos ahora ante nosotros una nueva etapa que creo que será ya la definitiva en tierras Australes.

No se retiren porque empieza un nuevo año con nuevas anécdotas, nuevos viajes, nuevos conciertos y nuevas historias en general que intentaré ir contando con la mayor regularidad posible (¿propósito de año nuevo?). Por lo pronto a lo largo de la semana que viene contaré algunas cosillas del viaje a España y nuestra parada en Singapur a la vuelta. Además para finales de semana tenemos previsto el primer viaje del año, a la parte oeste para conocer Perth y la esquina sudoeste de Australia.

¡Feliz año y bienvenidos!

Nombres desafortunados

Para terminar con la serie de miniposts sobre curiosidades japonesas voy a dejar aquí un par de carteles con nombres desafortunados de esos que a los españoles nos hacen tanta gracia, uno de ellos es un nombre desafortunado en catalá y el otro lo es n’asturianu.

Empezamos con el bable, cuando vas por la calle y un pájaro que te sobrevuela deja caer sobre ti parte de su propio producto esclamarías:

«¡Cagüen mi máquina, esti pájaru…

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… encima!

Por otro lado, en la parte catalana, si comprases varias cajas del producto de la foto de abajo y ves que alguien intenta tocarlas le dirías:

«Escolta, no em toquis els …

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…s.

Ale, un poco de humor gratuito nunca viene mal!

Fugu

Hará cerca de quince años que vi el capítulo de los Simpsons titulado Un pez, dos peces, pez fugu, pez azul. Era uno de los primeros de la serie y en él la familia probaba un restaurante de sushi. Para mi fue la primera vez que escuchaba hablar de sushi y no sería hasta unos años más tarde que este tipo de comida se haría famoso en nuestro país.

En dicho capítulo Homer probaba todos los tipos de sushi que el restaurante ofrecía, incluso el peligroso Fugu, un pez que si se corta de forma equivocada podría provocar la muerte a quien lo ingiera. Hasta ahora pensaba que lo del Fugu era algo que se habían inventado los guionistas para darle la emoción al capítulo, no tenía ni idea de que realmente el pez se comiese ni de que este fuese tan venenoso.

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El veneno en cuestión se encuentra repartido sobre todo por los órganos y la piel del pez. Uno de estos ejemplares tiene suficiente para matar a unas 30 personas. Es por esto que los maestros cortadores de fugu tienen que pasar por un proceso de aprendizaje que les lleva nada menos que siete años.

Para degustar este pez hay que acudir a un restaurante de fugu, fácil de distinguir por la figura de un fugu en su puerta o por los acuarios con ejemplares vivos como el de la foto en una calle de Osaka.

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El fugu es una comida cara y por lo que nos contaron no muy sabrosa, es más por el hecho de decir que lo has probado que porque sea una delicatessen. Lo gracioso es que los chefs suelen dejar el veneno justo en la carne para que los labios y la lengua se te paralicen dándote así una curiosa sensación.

Nosotros no lo probamos sobre todo por el precio ya que gente que sí lo había hecho nos dijo que no merecía la pena. Curioso cuanto menos… Me pregunto yo cuánta gente a lo largo de la historia «la habrá diñao» por comer un trocito de este pez…

Las máquinas expendedoras

Una cosa que puedes ver a centenares en las calles de cualquier ciudad o pueblo japonés son las máquinas expendedoras de bebidas. Es alucinante número de estas «vendedoras ambulantes» que se ve por cada calle.

Y haberlas las hay de todo tipo, las que venden refrescos, las que venden cafés, las que venden cerveza, e incluso las hay que venden bebidas calientes o helados. Eso sí, todas tienen la misma apariencia, una caja grande con forma de prisma con un ventanuco superior en el que se muestran modelos de las bebidas que contienen.

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En la foto me podéis ver ante una de estas máquinas justo en el momento de sacar una Coca-cola cuya lata rezaba: «Enjoy Happy» y oiga, no íbamos a afrontar el proceso con una cara triste ¿no?

Los WC japoneses

Después de hacer la crónica completa del viaje a japón quería hacer una serie de pequeños posts dedicados a curiosidades varias de la vida cotidiana del país que pudimos apreciar, y qué mejor forma de comenzar que con el amigo WC.

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Todos sabemos que Japón es el país de la tecnología y como esta está al servicio del hombre para hacerle la vida más fácil ellos la incorporan en los elementos más cotidianos de esta. En muchos lugares ‘el trono’ cuenta con un mando de control como el que veis en las fotos que acompañan el post cuyas funciones van desde lanzar un chorrito de agua a modo de bidet, (con opciones de controlar su intensidad y ángulo de incidencia) hasta lanzar aire caliente para secar lo que el chorrito ha mojado, poner música, etc.

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Llama la atención lo bien pensado que lo tienen todo, hasta detalles como que si no estás sentado en la taza los controles no funcionan o que justo en el momento de sentarte la cisterna se vacía un poco automáticamente para renovar el agua que queda abajo. Algunas tazas incluso tienen el asiento calefactado.

Con respecto al uso creo que me voy a reservar mi experiencia, dejémoslo en que no es muy placentero si no estás acostumbrado a ello como debe estar esta gente… 😀

Dia 9: Sayonara Nippon

Finalmente llegó el domingo que nos tocaba volver de Japón. Había sido una semana muy intensa y por eso el último día nos lo queríamos tomar con un poco más de calma.

Nos levantamos más tarde de lo habitual, a eso de las 10 para dejar todo listo y emprender camino hacia el Yoyogi Park, en busca de los típicos friáis y rockabillies que allí se dan cita cada domingo.

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Al llegar se ve que aún era demasiado temprano por lo que nos dedicamos a pasear por el parque visitando su templo sintoísta así como a descansar sentados sobre el césped.

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A eso de las 12 decidimos darle otra oportunidad y entonces sí que ya vimos a un grupo de rockabillies con sus tupés y su indumentaria rockera.

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De vuelta hacia la estación de tren también vimos a un friki que bailaba y posaba para las fotos de los turistas.

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Y Andrea se hizo una foto con una niña monísima vestida con traje tradicional.

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Habíamos decidido terminar el día igual que empezamos al llegar a Tokyo, con un paseo por Shibuya. Así que desde Yoyogi nos dispusimos a bajar caminando.

La bajada la emprendimos a lo largo de Takeshi-dori, una calle repleta de tiendas y sobre todo de gente.

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Para cuando estábamos a punto de llegar a Shibuya nos entró el hambre por lo que decidimos meternos el último ramen del viaje en un pequeño restaurante bajo la vía del tren. Rico rico.

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Al llegar al cruce de Shibuya fuimos a visitar la estatua de Hachiko, un perrito que cada día acompañaba a su dueño a la estación de tren e incluso siguió haciéndolo hasta once años después de la muerte de este. Me parece que Hollywood está a punto de sacar una película centrada en el perro.

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Después de ver a Hachiko paseamos un rato por la colina de los love hotels y aprovechamos para hacer las últimas compras en las tiendas de Shibuya.

Como no teníamos mucho más tiempo volvimos a casa de Germán a buscar las maletas y de ahí nos fuimos directos al aeropuerto donde no nos pudimos resistir a seguir el consejo de Santi y cenar una McTeriyaki Burger.

¡Y con esto se terminó un gran viaje que esperamos ampliar en un futuro ya que aún nos quedó mucho Japón por ver!

Día 8: Disfrutando Tokyo

El penúltimo día empezó bien temprano ya que habíamos puesto el despertador a las 4.30 de la mañana. El motivo era que queríamos asistir a la subasta del atún en el mercado del pescado de Tokyo, el mayor mercado de pescado del mundo.

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Salimos de casa a eso de las 5 y tomamos un tren que nos dejó a unos 15 minutos del mercado. Desde allí un taxi y en seguida estábamos ante cientos de atunes que esperaban sobre el suelo a encontrar un comprador.

Tuvimos que esperar un rato hasta que pudimos presenciar alguna subasta pero una vez que llegó el momento vimos que había merecido la pena la espera. Allí, como en toda lonja se mueve todo rapidísimo y casi no te enteras de quién es el que está pujando. Además el conductor de la subasta es un espectáculo, gritando y cantando en japonés sin parar hasta que termina la subasta.

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Una vez se subastaron todos los atunes nos lanzamos a pasear por el mercado a ver qué ofrecían las diferentes tiendas. El mercado en sí es gigantesco y no es difícil perderse en su interior, allí se puede encontrar literalmente de todo, y puedes ver como van preparando las distintas piezas de atún, las anguilas, etc.

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A eso de las 7.30 ya nos habíamos cansado de dar vueltas por los diferentes puestos y decidimos continuar nuestra visita a Tokyo. El objetivo era desayunar sushi en las inmediaciones del mercado pero el restaurante que nos recomendaron abría a las 11 así que decidimos ir paseando hacia nuestro segundo objetivo del día: Ginza.

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Ginza es uno de los barrios de tiendas buenas de Tokyo y en él está entre otros el Sony Building. Cuando llegamos a Ginza aquello parecía la escena de Vanilla Sky con Times Square vacío. No había ni un alma y con razón, todo abría a las 11. La primera en la frente, esperábamos que al menos el Sony Building abriese a las 9 pero ni eso, ¿Qué haríamos ahora hasta las 11?

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Lo primero que hicimos fue ir a desayunar a un Starbucks y desde allí desarrollar el resto del plan del día. Como todo lo que había en los alrededores estaba cerrado hasta bien tarde decidimos hacer actividades que no tuviesen hora de apertura, así que lo primero que hicimos fue ir caminando hasta el Palacio Imperial.

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Al palacio no se puede entrar pero te puedes quedar por los jardines viéndolo y después de haber visto el castillo de Himeji tampoco teníamos ganas de más.

Después del palacio queríamos subir a una torre que nos habían recomendado Esther y Germán que estaba justo en frente del mercado del pescado. Bajamos caminando y de camino nos encontramos con cosas como la estatua de Godzilla.

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En la torre pudimos entrar a pesar de que fuese antes de las 11 ya que la planta a la que subíamos era una planta en la que hay restaurantes, no es como la que habíamos subido el día anterior que tiene un observatorio específicamente para que la gente suba a mirar.

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Nos agenciamos un banquito que había justo en frente de una ventana con vistas al mercado del pescado y ahí estuvimos descansando una media hora para reponer fuerzas. Para que os hagáis una idea del tamaño del mercado es el edificio que veis en la foto de abajo, podéis ponerlo en contexto comparando con la foto de arriba.

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Bajamos de la torre a eso de las 11 y la proximidad de esta al Fish Market nos empujó a volver por allí para poder ir a comer sushi al restaurante que nos habían recomendado.

Por supuesto no decepcionó, uno de los mejores sushis que haya comido nunca sin duda, recordar aquel atún que parecía mantequilla hace que se me salten las lágrimas.

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Ya con el estómago lleno y en horario laboral nos dirigimos al Sony Building a ver las últimas novedades de la marca nipona. La verdad es que me decepcionó bastante… Por lo que decía la Lonely Planet me esperaba encontrar con prototipos de productos no presentados y cosas alucinantes pero nada, los típicos Vaios, las cámaras réflex Sony y poco más.

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Al salir del Sony Building nos fuimos al metro para dirigirnos a la siguiente parada del día, Asakusa. En Asakusa se puede visitar el templo más importante de Japón aunque ahora su principal edificio está en obras. Estuvimos paseando por las inmediaciones del templo un ratillo y cuando los pies empezaban a doler nos fuimos a tomar un café.

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Por la zona se paseaban también unas cuantas otakus que se hacían fotos representando escenas de sus cómics manga favoritos.

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Para cuando terminamos el café ya estaba cayendo la tarde así que cogimos el metro camino de Akihabara, la ciudad de la electrónica, una de mis paradas más deseadas.

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En Akihabara hay cientos de tiendas de electrónica, muchas de ellas especializadas en determinados componentes (interruptores, resistencias, relojes, …), otras muchas especializadas en electrónica de consumo como el Yodobashi Camera, el centro comercial de electrónica más grande del mundo, y otras dedicadas al mercado retro, como Mr. Potato.

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Tenía ganas de ir a Mr. Potato puesto que uno de mis objetivos del viaje era comprarme una maquinita de Nintendo Game & Watch como las que tenía cuando era pequeño, concretamente el Donkey Kong Jr. Desafortunadamente no tenían la máquina que yo quería, aunque casi que menos mal porque al precio que se vendían las Game & Watch me habría costado una fortuna…

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¡Lo que no me costó ni un yen fue poder hacerme una foto en este trono construido con cartuchos de NES!

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Después de aquí nos encontramos con Germán y Esther que nos dieron un paseo por las tiendas que originaron Akihabara y después nos llevaron a cenar a otro de estos restaurantes con parrilla en la mesa, también con barra libre de carne pero mucho mejor que en el de Kyoto.

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El restaurante estaba en un tercer piso y por supuesto la palabra restaurante si salía solo estaba en kanji por lo que es uno de esos sitios que solo puedes encontrar si alguien que lo conozca te lleva.

Para cuando habíamos terminado de cenar estábamos agotados del intenso día así que nos fuimos derechitos a la cama.

Día 7: Himeji y camino de Tokyo

El viernes decidimos pegarnos un madrugón para desayunar pronto y llegar al castillo de Himeji antes de que abriese sus puertas y así encontrarnos la menor masa de turistas posible.

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Llegamos allí unos quince minutos antes de la hora de apertura y los japos ya lo tenían todo preparado, paseaban por el interior ultimando los detalles para abrir al público un día más. Cuando llega la hora un simpático señor se pone a aporrear un tambor gigante y las puertas se abren. Decidimos comprar la entrada completa que incluye la visita al complejo del castillo (una hora y media) y a los jardines japoneses.

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El recinto donde se encuentra el castillo es bastante extenso y cuenta con varios edificios donde el más importante obviamente es el castillo en sí. Empezamos por una «casita» que había en uno de los laterales que era donde la princesa venía con su esposo a pasar las vacaciones. En este edificio pudimos ver un poco de decoración recreando la época en que estaba habitado.

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Poco a poco fuimos llegando al castillo, imponente con sus seis plantas. Llama la atención que el interior está totalmente limpio de decoración, ni siquiera unos muebles de época, tan solo el edificio con su interior de madera. Un poco de pena ya que al verlo vacío se pierde parte del encanto. De todas formas subir cada piso e ir viendo las distintas habitaciones era bastante entretenido hasta que llegas arriba del todo y te das cuenta de lo alto que estás y que estás en un edificio de cientos de años. Impresionante.

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Terminamos más o menos en el tiempo previsto y lo hicimos muy bien, ya que justo cuando salíamos comenzaban a entrar las hordas de niños con gorritos de colores que venían de excursión. Realmente no sé cuánto tiempo se pasa esta gente haciendo excursiones porque todos los días te encuentras grupos de niños vayas donde vayas.

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También pudimos ver en las inmediaciones del castillo a unos conejitos que saltaban alegremente.

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Al salir fuimos a dar un paseo por los jardines. Cuando llegamos vimos que eran enormes por lo que tuvimos que decidir visitar solo una parte de ellos ya que si no corríamos el peligro de perder el shinkansen a Tokyo.

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Al final todo salió a pedir de boca y pudimos subirnos al tren que queríamos junto con sendas cajitas de comida típicas japonesas. El viaje, de unas 3 horas, nos dejó en Tokyo una hora y media antes de la hora a la que habíamos quedado con Germán, el becario ICEX de informática de Tokyo, por lo que aprovechamos ese rato para acercarnos a Shibuya y meternos de lleno en la vida de Tokyo.

El barrio de Shibuya es famoso por su cruce delante de la estación en el que el tráfico se para en todas las direcciones para que cada vez pasen cientos de peatones por el medio de la calle. Aquí podéis ver una imagen del antes y otra del momento álgido de la gente cruzando.

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Es alucinante ver que cada vez que el semáforo se pone en verde para los peatones la misma cantidad de gente pasa independientemente de que hace menos de 5 minutos también estuviesen las aceras colapsadas.

Tras presenciar tres o cuatro cambios de los semáforos decidimos lanzarnos nosotros a cruzar la calle y comenzar a callejear un poco por Shibuya. Fue nuestro primer acercamiento a la locura de Tokyo y ya nos bastó para comprobar que esta ciudad es radicalmente diferente al resto de cosas que puedes ver en Japón.

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No caminamos mucho más puesto que no queríamos llegar tarde a la cita con Germán, que fue tan amable que nos dejó su acogedor apartamento para que pasásemos nuestras dos noches en Tokyo. Después del reencuentro con él, de conocer a Esther y de estar un buen rato contándonos anécdotas y pidiéndoles consejo sobre cómo administrar nuestras escasas horas en la capital nipona decidimos que una buena forma de aprovechar las horas que quedaban de día era hacer una visita a Shinjuku.

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Lo primero que hicimos al llegar allí fue subir a la torre del Gobierno Metropolitano de Tokyo, la cual es gratis y ofrece unas vistas inmejorables de la ciudad. Tras un rato admirándolas decidimos caminar hacia el corazón de Shinjuku para cenar y caminar por sus calles.

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Primero aterrizamos en la zona de las tiendas de electrónica en la que no hicimos muchas paradas puesto que nos queríamos reservar para ver Akihabara al día siguiente. Donde sí que entramos fue en el Yodobashi Camera, a pesar que en Akihabara hubiera otro (el centro comercial de electrónica más grande del mundo). Yodobashi es una pasada, tienes tecnología de todos los tipos, desde lavadoras hasta interruptores. En lo que a cámaras se refiere, que era lo que más me interesaba, es increíble. Puedes probar todas las gamas de Nikon o Canon (entre muchas más marcas) así como todas las gamas de objetivos para las mismas. Que te dejen tanta libertad no tiene precio, pude montar cualquier objetivo que se me antojase en mi cámara.

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Después cenamos unos boles de ramen para reponer fuerzas pues el cansancio ya comenzaba a hacer mella y finalmente nos pusimos en camino hacia la zona roja de Shinjuku.

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De camino encontramos una callejuela estrecha llena de restaurantes pequeñitos que era una pasada, en cada restaurante estaban cocinando lo que fuese delante de las menos de diez personas que allí cabían

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Al llegar a Shinjuku propiamente dicho fue donde realmente vimos la locura de luces en la que uno piensa cuando le hablan de Tokyo. Era un espectáculo impresionante, al igual de impresionante era pensar en estar durmiendo unos días atrás en la tranquilidad de un templo budista y verse ahora rodeado de luces de neón parpadeando a ritmos vertiginosos.

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Paseando por las calles de Shinjuku vimos a este personaje que definiría como disfrazado de Pokémon al que le costaba horrores mantener los ojos abiertos, el pobre se estaba durmiendo de pie…

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No había tiempo para mucho más, queríamos encontrar el DonQuijote, una tienda repartida por varios barrios de Tokyo en la que se pueden encontrar baratijas de todo tipo. Nos costó encontrarla y cuando lo hicimos la visitamos a toda velocidad puesto que el dolor que teníamos ya en los pies nos impedía pensar con claridad, así que a la cama que mañana sería otro día.

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Día 6: Hiroshima y Miyajima

Tras dejar atrás la locura de Osaka nos pegamos un buen madrugón para subirnos por primera vez al tren bala o shinkansen.

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Este nos llevaría desde la estación de Shin-Osaka hasta Hiroshima en poco más de una hora. Nuestro plan para Hiroshima era visitar el edificio que han dejado como recuerdo de la bomba, el A-Bomb Dome que fue una de las pocas estructuras que quedaron «en pie» después del bombazo.

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El edificio está tal y como se quedó, no lo han restaurado para recordar aquel día y para que la humanidad no vuelva a cometer una atrocidad semejante.

Tras el Dome cruzamos al parque donde está el museo histórico de la catástrofe nuclear. El parque está situado en una isla que antes del ataque estaba llena de casas y formaba el centro neurálgico de la ciudad. La bomba arrasó todas esas casas y en el lugar hoy se levantan árboles y algún monumento conmemorativo.

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El museo está realmente bien, pone los pelos de punta pensar que el ser humano llegó a tal extremo y realmente se pone la piel de gallina cuando se escuchan los testimonios de los supervivientes que explican de primera mano las escenas dantescas que vivieron. Al llegar a la planta superior la cosa ya se les va un poco y abusan demasiado de la sensiblería barata explicando en tono peliculero la historia de varios objetos personales hallados por las familias de ciertas víctimas.

La nota negativa fue el tener que sufrir a hordas de niños de colegio con sus gorritos de colores que correteaban por los pasillos sin entender muy bien lo que veían. Me parece muy bien que las nuevas generaciones conozcan la historia reciente del país pero creo que llevar a unos niños de 7 años a un museo sobre la bomba atómica es un poco precipitado.

A la salida algún grupo de estos niños se nos acercó para tratar de practicar el inglés. Te preguntan cómo te llamas y de dónde eres y te piden que se lo escribas en un papel. Muy monos.

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Después del museo y tras terminar el paseo por el parque donde varios grupos de ancianos jugaban a curiosos juegos de mesa, decidimos que era buen momento de comer antes de ir a Miyajima así que buscamos un sitio lo más rápido posible. Justo encontramos un okonomiyaki de lo más auténtico donde solo nos dijeron que nos sentásemos y nos empezaron a preparar lo que les vino en gana.

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Con el estómago lleno nos dirigimos a Miyajima, un pequeño pueblo marítimo situado en una isla frente a Hiroshima. La principal atracción de la isla, y una de las 3 más fotografiadas de Japón, es su torii flotante. Los toriis son las puertas de los templos shintoistas, las cuales cuentan con dos columnas atravesadas horizontalmente por una viga recta y sobre esta un arco curvado ligeramente hacia arriba. La particularidad del de Miyajima es que se encuentra en el mar y antiguamente era la única vía de entrada a la isla.

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Miyajima es un pueblo que me encantó. Por sus calles apenas discurren coches y a pesar de ser un punto bastante turístico no sientes los embotellamientos de gente tan exagerados como los de Nara. Y hablando de Nara, en Miyajima también se puede disfrutar de los míticos cervatillos.

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Caminando hacia el templo shintoista nos encontramos con una curiosa procesión en la que los devotos transportaban una gran cuchara de madera de las que se utilizan para servir el arroz, uno de los productos de artesanía típicos del pueblo.

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Caminando caminando llegamos a la pagoda de cinco pisos que se alza en una de las colinas de Miyajima, espectacular.

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De camino a uno de los templos budistas de la zona nos encontramos en una montaña desde la que las vistas del pueblo eran espectaculares.

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Como amenazaba con anochecer nos dirigimos a uno de los puntos donde el torii se veía con más claridad para poder sacar la típica foto de Miyajima. Al llegar allí observé aterrorizado que me había quedado sin batería en la cámara. Por suerte en estos tiempos que corren todo hijo de vecino tiene una cámara réflex y las cuotas de mercado de Nikon y Canon hacen que sea fácil encontrar a alguien con una cámara como la tuya que se preste a dejarte la batería durante un par de minutos. He aquí el resultado:

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Después de las fotos de rigor iniciamos el camino de vuelta al embarcadero para tomar el ferry de vuelta, no sin antes cumplir una de las recomendaciones que Roger nos había hecho: «aunque no os gusten las ostras tenéis que probar las ostras en tempura de Miyajima». Dicho y hecho, y la verdad es que nos gustaron bastante, sería porque no estaban crudas/vivas.

Al llegar de nuevo a Hiroshima nos dirigimos a la estación para coger el tren bala de vuelta. El destino para pasar la noche era Himeji, ciudad conocida por tener el castillo más grande de Japón. Llegamos al hotel, dejamos las cosas y decidimos hacer una visita nocturna al castillo previa a la del día siguiente, día que nos llevaría a nuestro destino final: Tokyo.

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