Día 5: Despidiendo Kyoto y volviendo a Osaka

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Nuestro quinto día lo queríamos distribuir en dos mitades, la primera de ellas estaría dedicada a conocer los templos de la parte norte de Kyoto, como el de Kinkakuji que encabeza el post, mientras que después de comer queríamos llegar a Osaka con suficiente luz para poder visitar el castillo desde fuera y subir al Umeda Sky Building para poder admirar las vistas de la ciudad desde las alturas.

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Así pues empezamos temprano dirigiéndonos hacia el norte pero haciendo una pequeña parada en un templo que había cerca de la estación de tren en el que paseamos y nos sentamos a meditar un rato.

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Al llegar al norte estuvimos paseando por un complejo que albergaba a varios templos aunque no entramos en ninguno ya que con todo lo que llevábamos acumulado de los anteriores días nos parecía ya demasiado. Así que tras pasear asomándonos a los templos lo justo para no tener que pagar nos fuimos hacia el primero en el que sí que queríamos entrar y pagar, Kinkakuji.

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Entrar en Kinkakuji es algo espectacular, ver ese templo de paredes doradas reflejarse en el lago y todo ello rodeado por un magnífico jardín japonés no tiene precio.

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A lo que es el edificio no se puede entrar pero ya merece la pena dar una vuelta al lago y ver el paisaje. Después de este entramos a otro templo más antes de volvernos hacia el sur. La guía hablaba muy bien de él y de su jardin de piedras zen. Realmente nos esperábamos un jardin enorme de gravilla con piedras dispuestas estratégicamente sobre ella, y eso es lo que era, solo que a más pequeña escala de lo que imaginábamos. Fue la pequeña decepción del día.

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Visto esto buscamos un sitio para comer y a continuación devolvimos las bicis y emprendimos rumbo a Osaka. Al llegar a la estación vimos que no teníamos mucho más tiempo hasta que oscureciese por lo que decidimos ir directamente, maleta en mano, a visitar las inmediaciones del castillo de Osaka. Como podéis comprobar en las fotos de debajo muy bonito.

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Una vez tiradas las fotos de rigor volvimos al tren y nos dirigimos también directamente al Umeda Sky Building. Desafortunadamente cuando llegamos arriba ya era de noche y no pudimos apreciar cómo iba oscureciendo y la vida nocturna de la ciudad se despertaba. De todas formas podéis comprobar que el espectáculo estaba servido.

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Pasar en unas horas de la paz y tranquilidad de los templos de Kyoto a la locura lumínica de Osaka es una cosa cuanto menos curiosa. Como estábamos realmente cansados de todo el viaje acumulado nos quedamos en la azotea del USB durante bastante tiempo.

Para terminar el día fuimos a dejar las maletas al hotel cápsula y salimos a pasear por Dotonbori donde una vez más pudimos experimentar la muchedumbre y las abrumadoras luces de neón.

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Terminamos cenando en un ‘running sushi’ en el que por un precio establecido, curiosamente más caro para hombres que para mujeres, nos dejaron ponernos ciegos comiendo todo el sushi que pudiésemos. ¡En la imagen de cierre del post podéis ver el festín que nos pegamos!

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Día 4: Conociendo Kyoto

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Después de pasar una buena noche de descanso en el ryokan nos despertamos a eso de las 7.30 para darnos una ducha y salir a conocer la ciudad lo más rápido posible. Nuestra intención era recorrer la ciudad en bicicleta y el lugar más cercano de alquiler no abría hasta las 9 por lo que decidimos acercarnos a la estación de tren para desayunar un buen café y donut, el primer desayuno sin arroz desde que estábamos en Japón.

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Una vez con la bici alquilada nos pusimos manos a la obra y empezamos por el templo de Kiyomizudera en el sureste de la ciudad. Para llegar a dicho templo hay que subir una colina que está plagada de tiendecitas en las que comprar dulces y souvenirs. Una vez nos dimos una vueltecita por el templo continuamos más hacia el norte por la zona antigua de la ciudad donde las callejuelas eran de lo más auténtico.

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Callejeando callejeando llegamos a las inmediaciones de Gion, el barrio de las Geishas donde nos pudimos topar con alguna de ellas que paseaban a la luz del día.

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Un poco más al norte llegamos a un parque típico Japonés donde aprovechamos para bajarnos de la bicicleta y pasear relajadamente por sus caminos viendo las carpas en los estanques y los árboles color otoño.

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Al lado del parque nos encontramos con otro de los principales templos de la ciudad, Chion-in conocido por tener el mayor arco de entrada del mundo en un templo budista. Realmente impresionante la estructura de madera que daba acceso al templo.

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Chion-in también es conocido por poseer la mayor campana budista del mundo, la cual para hacerla sonar necesita de la fuerza de 13 monjes que tiran de la enorme viga de madera que incide en el metal.

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Una vez visitado el templo ya estaba entrándonos hambre por lo que nos pusimos a buscar un buen sitio para comer. Nuestra intención era comer ramen por lo que tuvimos que descartar un par de sitios hasta que llegamos al elegido, un pequeño restaurante típico al que justo cuando llegamos nosotros una guía japonesa traía a un grupito de turistas a comer. Buena señal, pensamos.

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Realmente el sitio no decepcionó, las sopas estaban buenísimas y era bastante barato. Después de comer nuestra intención era recorrer con la bici el Camino de los Filósofos, de unos dos kilómetros el cuál discurre paralelo a un pequeño riachuelo.

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Al final del Camino de los Filósofos se encontraba el templo de Ginkakuji, rodeado por unos preciosos jardines tradicionales japoneses. El azar quiso que justo antes de entrar a dicho templo nos encontrásemos con Pepe, compañero de trabajo de mi hermano Luis. Sabíamos que ibamos a coincidir en Kyoto pero por H o por B no habíamos sido capaces de contactar, tan solo le había podido dejar un mensaje en Facebook esa misma mañana que él no había leído. Fue fácil de reconocer gracias a su camiseta con la cruz de la victoria y su nombre en la espalda. ¡Mucha suerte!

Tras hablar un rato allí fuera decidió que entraría de nuevo con nosotros a ver los jardines así que eso hicimos.

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Después de esto Pepe nos acompañó el resto del día. En un principio nos dirigimos hacia el parque donde está el palacio imperial y paseamos por allí un buen rato hasta que el atardecer comenzó a amenazarnos con dejarnos a oscuras.

Así que decidimos que una buena forma de acabar el día sería hacer una visita nocturna a Gion en busca de más Geishas, pero antes y puesto que nos venía de paso hicimos una incursión en el mercado de Kyoto.

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Al llegar a Gion había bastante gente pero ninguna Geisha hasta que un viejo verde japonés que se hacía llamar papparazzi nos dijo que le acompañásemos, que él sabía de donde iban a salir. Supongo que el hombre estaría allí cada día ya que fue dicho y hecho, nos llevó al enclave perfecto para ver a una geisha y su aprendiz subirse a un taxi.

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Después de ver a las geishas pensamos que era buen momento para tomar algo y cenar. Tras mucho buscar y ser víctimas de la Ley de Murphy un par de veces (cuando buscábamos un bar para tomar una caña solo encontrábamos restaurantes y cuando queríamos cenar sólo encontrábamos bares) acabamos tomando una caña en un bar de sake y cenando en un restaurante con barbacoa en la mesa al igual que la noche anterior pero con barra libre de carne. Por desgracia fue bastante peor que el de la víspera.

Tras la cena queríamos terminar el día dándonos unos baños termales en un onsen. Teníamos uno mirado que salía en la Lonely planet, el cual contaba con nada menos que tres plantas. Tras mucho buscar descubrimos que ya no existía (la Lonely Planet que llevábamos estaba editada en 2005) pero por suerte un amable japonés nos llevó a un onsen de barrio el cuál resultó ser muchísimo más auténtico aunque por supuesto mucho más cutrillo que lo que prometía el de la guía.

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Al tratarse de un onsen de barrio no estaban muy acostumbrados a ver a turistas por allí con lo que tuvimos la experiencia auténtica, agua casi hirviendo y la sauna que parecía el infierno. Ni que decir tiene que no aguantamos mucho allí y la experiencia nos dejó medio groguis para volver al ryokan y dormir a pierna suelta toda la noche.

Día 3: Nara

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El tercer día amanecimos a las cinco y media de la mañana con el Gong del templo que anunciaba el inicio de la ceremonia matutina a las 6 de la mañana. Procedimos a bajar a la capilla donde el mismo monje que había conducido la meditación del día anterior presidía el acto rodeado del resto de monjes del templo quienes cantaban sin parar.

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Tras un buen rato de cánticos el monje principal dio un largo sermón en Japonés seguido de una breve explicación en inglés tras la cual nos instó a dirigirnos a la sala donde nos darían el desayuno. El desayuno consistió en un nuevo surtido de productos veganos aunque en menor cantidad que en la cena del día anterior (una bandeja menos).

Después de desayunar nos despedimos del templo y comenzamos el viaje hacia Nara, primero en autobús, después en tren cremallera y por último en un par de trenes más, uno que nos llevó hasta casi Osaka y el último en el que estrenamos nuestro JapanRail Pass que ya nos dejó en Nara.

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En la estación de Nara nos esperaba Roger, el novio de Anna la amiga de Andrea. No habíamos podido contactar con él pero gracias a que Andrea le había enviado nuestro planning el hombre se plantó allí a la hora que más o menos teníamos pensado llegar y el azar quiso que nos encontrásemos.

Tras dejar las maletas en una consigna nos lanzamos a conocer el pueblecito de Nara. Lo primero que fuimos a visitar fue un templo budista que en sus inmediaciones contaba con una pagoda de cinco pisos bastante espectacular.

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A continuación seguimos caminando hasta llegar a un parque donde ya pudimos ver a los primeros cervatillos. Estos animales campan a sus anchas por los parques de Nara buscando comida de los múltiples turistas que pasean por la ciudad. Estuvimos un rato con ellos haciéndonos unas fotos antes de proseguir.

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La siguiente parada era el principal highlight de nara, el templo que constituye el edificio de madera más grande del mundo. Una construcción alucinante hecho para albergar en su interior a uno de los mayores Buddah de bronce existentes, nada menos que 16 metros de altura.

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Después de esto llegó la hora de comer y aprovechando el día tan perfecto que hacía nos compramos algo de take away y lo comimos sentados en el césped vigilando que los ciervos no se acercasen demasiado.

Después de comer seguimos paseando por un parque en el que pudimos ver un par de templos más y aprovechamos para probar el mítico helado de té verde que todo el mundo saborea en Japón.

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Cuando empezaba a atardecer el cansancio empezaba a apoderarse de nuestros cuerpos por lo que decidimos emprender el camino de vuelta a la estación para dirigirnos a Kyoto, donde pasaríamos los siguientes dos días.

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Hasta Kyoto nos acompañaron también Roger y una señora neozelandesa que estaba viajando con él desde hacía un par de días. Como él ya había estado en la ciudad hacía unas semanas se ofreció a llevarnos a un buen restaurante en el que podías cocinarte una parrilla en tu propia mesa. Pedimos dos tipos de carne de ternera que resultó ser deliciosa, la textura era similar a la del cerdo ibérico con la grasa entrelazada por los músculos, ¡se deshacía en la boca!

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Acompañamos la carne con un par de surtidos de verduras a la parrilla.

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Después de cenar dimos un paseo por Kyoto y Andrea y yo ya nos volvimos a descansar al ryokan, un tipo de alojamiento tradicional japonés en el que duermes en una habitación similar a la que teníamos en el templo, con tatami y futon.

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Día 2: Koya-san

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Tras pasar la noche en el hotel cápsula y después de empezar el día con media hora de baños tradicionales japoneses (onsen) emprendimos el camino hacia la estación de tren de Osaka-Namba donde nos montaríamos en un tren rumbo a la montaña de los templos, Koya-san.

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De camino a la estación pudimos degustar otro de los típicos platos de Osaka, el takoyaki. Se trata de unas bolitas hechas con masa como de crèpe (o frixuelu pa los asturianos) y rellenas de pulpo. Sin duda una buena forma de empezar el día.

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Una vez llegamos a Koya-san lo primero que hicimos fue ir a dejar nuestras maletas al lugar donde pasaríamos la noche. Koya-san tiene unos 170 templos y muchos de ellos han habilitado habitaciones para que los turistas hagan noche en ellos, así que esta era una oportunidad que no podíamos dejar escapar, dormir con los monjes budistas.

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Al llegar al templo nos guardaron nuestras pertenencias ya que la habitación no estaría lista hasta las 3 de la tarde. El monje que nos recibió nos invitó a que fuésemos a visitar el pueblo y volviésemos a las cinco de la tarde para unirnos a ellos en sus 40 minutos diarios de meditación.

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Así pues, sin más dilación, emprendimos el camino para visitar el pueblo. Koya-san está dividido en dos áreas principales: el pueblo en sí, donde se pueden visitar multitud de templos y el cementerio, uno de los cementerios tradicionales más grandes de Japón, donde el fundador de la principal secta budista de Koya-san está enterrado y todos los fieles quieren que una parte de su cuerpo venga a parar aquí para estar en primera línea cuando el nuevo Budha venga al mundo.

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Tras visitar el mausoleo de los Tokugawas, nos dirigimos al complejo más importante de la zona, el templo de Komgobuji formado por un gran hall y alguna pagoda colindante. Además está rodeado de preciosos jardines zen que hacían que pasear por allí fuese una experiencia extremadamente relajante.

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Tras caminar por los interiores del templo fuimos a parar a la gran sala de té donde unas amables señoras ofrecían a los visitantes una taza de té y una galletita para que lo tomásemos sobre el tatami.

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Tras visitar el templo y comer nuestro primer sushi japonés sentados en un banco de sus alrededores emprendimos el camino hacia el cementerio, más o menos un kilómetro hacia las afueras del pueblo.

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El cementerio es realmente espectacular, cubre prácticamente toda la colina y está emplazado en medio de un bosque de cipreses. Caminamos por él hasta llegar al templo donde reposan los restos de Kūkai, fundador de la secta budista Shingon.

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Para cuando llegamos a lo alto de la colina ya amenazaba con oscurecer por lo que decidimos emprender el camino del vuelta al templo que nos alojaría.

Al llegar nos dirigimos a la capilla donde tendría lugar la meditación, y allí el monje que llevaba el templo nos explicó como llevarla a cabo. Según él todo se basaba en una correcta respiración y en intentar comprender que el ser humano y la tierra son uno. La meditación duró los 40 minutos que la barra de incienso que encendió tardó en quemarse. Tras esto la cena estaba servida.

La cena fue otra de las grandes cosas del día. Los monjes Shingon son veganos por lo que no pueden comer nada que tenga ni haya sido obtenido de animales. Cada comensal tenía dos bandejas llenas de platos pequeñitos consistentes en arroz, tofu, algas, vegetales o frutas. Todo estaba delicioso.

Después de cenar nos fuimos a nuestra habitación tradicional japonesa y nos enfundamos el yukata para saltar al futon y pasar la noche entre las paredes de papel!

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Aterrizando en Japón: Osaka

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El sábado día 10 tras pasarnos casi once horas en avión (Sydney-Gold Coast y Gold Coast-Osaka) aterrizamos en el aeorpuerto de Kansai a eso de las seis de la tarde. En Japón a estas alturas del año se hace de noche muy pronto por lo que al llegar ya era noche cerrada.

Tras pasar los controles de aduanas nuestra primera prueba era obtener el Japan Railpass y un ticket de tren para llegar a Osaka ya que el JRPass lo activaríamos dos días después. La imagen de abajo refleja la complejidad que conlleva obtener un ticket de tren teniendo en cuenta cómo es la red ferroviaria y que todo está en japo. Por suerte los susodichos son muy amables y siempre te puedes hacer entender para que te echen una mano.

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Ya en el tren nos dirigimos hacia la ciudad empapándonos de todo lo que íbamos viendo por las ventanillas. Una vez llegados al centro nos dirigimos caminando por las principales calles de America Mura hasta llegar al hotel donde pasaríamos la primera noche, el Asahi Plaza Capsule Hotel.

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El funcionamiento del hotel cápsula es bastante peculiar, a la entrada hay unas consignas donde debes dejar los zapatos. Una vez la cierras te vas con la llave a la recepción y allí haces el check-in y cambias la llave de los zapatos por la llave de la consigna donde puedes dejar tu maleta. En esta segunda consigna ya te encuentras el pijama y tras cambiarte puedes ya subir a la cápsula.

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Este tipo de hoteles está pensado para la gente de negocios que se tiene que quedar en la ciudad sin haberlo previsto, bien porque han tenido numerosas reuniones o, lo más probable, porque se han ido de tragos con los compañeros de trabajo y se han pasado tres pueblos. El caso es que allí tienes de todo, tan solo necesitas traer tu presencia y los al rededor de 3000¥ que cuesta la noche. Te dan pijama, cepillo de dientes, en la zona de baños tienes maquinillas de afeitar, gel de ducha, secador, etc… Y la cápsula también cuenta con televisión y radio por lo que como veis no falta de nada.

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En cuanto dejamos allí nuestras cosas salimos a conocer un poco Osaka y a probar uno de los platos típicos, el okonomiyaki. Se trata de una mezcla entre pancake y tortilla en la que se van echando varios ingredientes, principalmente col, brotes de soja y noodles. Lo comimos en un lugar bastante auténtico que nos recomendaron unos turistas que nos encontramos caminando por las callejuelas de Osaka.

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Después de cenar nos dedicamos a pasear observando el gran ambiente del sábado noche en Osaka. Para terminar nos tomamos una caña en un bareto al que nos llevó un japonés hispanoparlante. Como estábamos cansados del viaje nos fuimos pronto a la cápsula a descansar pues el día siguiente sería bastante largo.

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De vuelta

Han pasado ya tres días desde que nuestro vuelo procedente de Tokyo aterrizó en Sydney y estos días los he dedicado entre otras cosas a procesar las más de 1000 fotos que sacamos en Japón. Sin embargo ahora que ya no estoy trabajando me he encontrado con un nuevo problema a la hora de compartir estas fotos con vosotros: la conexión de casa no me da para subirlas todas.

Resulta que aquí en Australia la mayoría de conexiones a Internet tienen limitada la transferencia de datos mensual a unos pocos gigas, la nuestra en concreto a 4 durante el día (peak period) y otros 4 por las noches (off-peak period). Es por esto que de momento tendré que limitar bastante las fotos que suba y para comenzar iré subiendo a Flickr tan solo las fotos que publique en el blog.

Sobre el viaje qué deciros, estar en Japón es como estar en un planeta diferente con excasa conexión con el planeta tierra. Ellos viven como en una burbuja con su propia cultura, sus propias costumbres, sus tecnologías, sus tonterías en la televisión… Y parece que a pesar de este aislamiento la cosa funciona y bastante bien, se les ve felices. A lo largo de los próximos días os iré relatando el viaje día por día pero preparaos también para algún post paralelo con curiosidades que hayamos ido descubriendo por allá.

Japan, there we go!

A las horas que se publique este post estaremos ya volando hacia la tierra del sol naciente. Este será el último viaje del año (quitando la vuelta a España por Navidad) así que habrá que aprovecharlo a tope.

Y con esa intención hemos elaborado un itinerario de lo más movidito. Hoy aterrizaremos a las seis de la tarde en Osaka, donde dormiremos en un hotel cápsula para al día siguiente partir hacia Koya-san, una montaña llena de templos, en uno de los cuales pasaremos la noche. Un día más tarde visitaremos Nara, conocida por su gran Budha y su templo de madera. Los siguientes dos días los pasaremos en Kyoto y desde allí volveremos a Osaka para coger un tren bala (shinkansen) hacia Hiroshima. Ni un día pasaremos allí, llegaremos por la mañana, visitaremos raudo y veloz los highlights de Hiroshima así como Miyajima y volveremos a coger el shinkansen para hacer noche en Himeji. A la mañana siguiente visitaremos el castillo de Himeji y viajaremos a Tokyo, donde pasaremos el resto del viaje.

Estaremos de vuelta el lunes 19 de octubre por la mañana. Prepararos para recibir un aluvión de fotos a la vuelta! 😀

Byron Bay

Bueno pues con un poco de retraso voy a contaros un poco lo que fue el pasado fin de semana en Byron Bay.

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Como decía en el anterior post todo comenzó al rededor de las dos de la tarde cuando Manel, Fernando y yo recogimos el coche de alquiler. Desde ahí fuimos a buscar a Andrea y a Laura a Chatswood que nos pillaba de paso al norte y una vez con ellas iniciamos el largo viaje hacia Byron Bay. La idea era tirar todo lo que pudiésemos hasta que se hiciese de noche y entonces buscar un sitio para dormir.

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Conseguimos llegar a Port Macquarie, que está justo a mitad de camino, a eso de las ocho y media de la tarde, justo a tiempo para que nos alquilasen una cabin en uno de los campings del pueblo. Port Macquarie no tiene prácticamente nada, salimos a cenar por ahí con la idea de tomarnos algo después y casi ni conseguimos cenar porque hasta el McDonalds estaba cerrado. Ni que decir tiene que visto el ambiente que había tras la cena nos fuimos a dormir.

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Al día siguiente continuamos hacia el norte, la idea era llegar cuanto antes a Byron Bay ya que para el día siguiente pronosticaban lluvia por lo que el sábado sería el único día que podríamos aprovechar allí. Así pues nos levantamos y tras pegarnos un buen desayuno en Port Macquarie salimos raudos y veloces hacia el norte. De camino pudimos ver una concentración de unos 20 Chevrolet Corvette así como dos de los clásicos objetos gigantes que algunos pueblos australianos se construyen por aquello de tener alguna atracción turística. En nuestro caso vimos el Big Banana y el Big Prown. Parece de coña pero es verdad, así son los pueblos aussies… Algún día todas estas cosas gigantescas serán patrimonio de la Unesco…

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Bien entrada la tarde llegamos ya a Byron. Nuestro objetivo era encontrar alojamiento cuanto antes y cuál fue nuestra sorpresa al comenzar a investigar y descubrir que todo el pueblo estaba fully booked. También es que qué poco previsores… Un long weekend a muchísima gente se le ocurre la idea de subir a Byron Bay… Total que al final encontramos un home stay regentado por un entrañable anciano alemán que nos tuvo allí a cuerpo de rey, invitándonos a café, oporto, almendras, etc… además de proporcionar unos desayunos que no se saltaba un gitano! Tan bien estábamos con nuestro amigo Klaus que decidimos hacer también la noche del comingo allí.

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El domingo lo invertimos en visitar el mercadillo hippy por la mañana donde hicimos compras varias, subir hasta el mítico faro al mediodía pasando por todas las pequeñas playas que hay de camino y viendo de paso a una ballena (click en la foto para agrandar) y cuando el tiempo nos lo permitió ya que estaba lloviendo a ratos pudimos tirarnos un poco en la playa de más al este, una inmensa playa en la que disfrutamos de los pocos rayos de sol que tuvimos antes de que volviese la tormenta.

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En Byron Bay se encuentra el punto más al este del continente australiano (sin contar las islas) por lo que era obligado hacernos allí la foto de rigor!

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Para el lunes dejamos todo el camino de vuelta, saliendo de Byron Bay a las 8 de la mañana fuimos haciendo paradas para visitar algunas de las playas que nos habíamos dejado a la subida. Además paramos a comer en Fredos Pies donde tienen la mayor variedad de pies de toda Australia. Nos comimos una y medio cada uno y resultaron ser tan ricas como prometían.

Llegamos a Sydney a eso de las 8 de la tarde tras doce horas en la carretera. Desde luego que la próxima vez que vayamos a Byron Bay será en avión, con sol y esta vez sí que iremos a Nimbin, la comuna hippie que se encuentra a unos 70 kilómetros de Byron y que esta vez no pudimos visitar por falta de tiempo.

De viaje a Byron Bay

Aprovechando que el lunes es festivo en Sydney, dentro de media hora nos subiremos Andrea y yo con Fernando, Manel y Laura en un coche camino a Byron Bay, casi donde New South Wales se junta con Queensland. Será un largo viaje de 10 horas que haremos supongo que en dos tandas. Digo supongo porque lo único que tenemos planeado del viaje es que a las 2pm recogemos el coche. A partir de ahí será todo una aventura que esperemos que salga bien!

Más información a la vuelta, allá por el martes. ¡Hasta pronto muchachada!

Cuarto día: Camino de Seminyak

Tras pasar una plácida noche en la tranquilidad de Munduk nos tocaba salir hacia el sur, hacia la zona más turística de la isla: Kuta y Seminyak.

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Antes de llegar a las tierras sureñas nos detuvimos a tomar algo en una terraza que encontramos frente a unos preciosos campos de arroz.

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Tras tomarnos una Coca-cola y una Fanta que nos costaron en total unos 0,60€, pusimos rumbo a Seminyak, a donde no queríamos llegar muy tarde puesto que quería llevar a Andrea a comer al Breeze, un restaurante que habia descubierto gracias a Xevi.

En un principio nuestra intención era pasar la noche en Seminyak y disfrutar de su playa y alrededores pero al llegar allí nos llevamos una profunda decepción. Cuando vienes de pasar 4 días en la Indonesia profunda y te encuentras con un pueblo caótico lleno de turistas occidentales que solo buscan fiesta y fiesta lo único en lo que piensas es en salir de allí disparado.

Fuimos a comer a Breeze y realmente fue un acierto, la comida estaba excelente y la ubicación del restaurante es inmejorable, justo delante de la playa.

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Por la tarde estuvimos en la playa de Seminyak y ya después de comer decidimos que iríamos más al sur a buscar alojamiento, por lo que nos pusimos en marcha hacia los pueblos del sur de Denpasar.

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El primero en el que recaímos fue Jimbaran, que nos encantó por su playa plagada de terrazas de restaurantes directamente sobre la arena. Decidimos buscar un albergue por allí y tuvimos suerte de encontrar una guest house con muy buena pinta. Nos establecimos allí y nos dirigimos a la playa disfrutar de la puesta de sol mientras nos bebíamos un coco.

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Así acabamos nuestro penúltimo día en Bali, el siguiente ya tendríamos que tomar el avión de vuelta.