El viernes decidimos pegarnos un madrugón para desayunar pronto y llegar al castillo de Himeji antes de que abriese sus puertas y así encontrarnos la menor masa de turistas posible.
Llegamos allí unos quince minutos antes de la hora de apertura y los japos ya lo tenían todo preparado, paseaban por el interior ultimando los detalles para abrir al público un día más. Cuando llega la hora un simpático señor se pone a aporrear un tambor gigante y las puertas se abren. Decidimos comprar la entrada completa que incluye la visita al complejo del castillo (una hora y media) y a los jardines japoneses.
El recinto donde se encuentra el castillo es bastante extenso y cuenta con varios edificios donde el más importante obviamente es el castillo en sí. Empezamos por una «casita» que había en uno de los laterales que era donde la princesa venía con su esposo a pasar las vacaciones. En este edificio pudimos ver un poco de decoración recreando la época en que estaba habitado.
Poco a poco fuimos llegando al castillo, imponente con sus seis plantas. Llama la atención que el interior está totalmente limpio de decoración, ni siquiera unos muebles de época, tan solo el edificio con su interior de madera. Un poco de pena ya que al verlo vacío se pierde parte del encanto. De todas formas subir cada piso e ir viendo las distintas habitaciones era bastante entretenido hasta que llegas arriba del todo y te das cuenta de lo alto que estás y que estás en un edificio de cientos de años. Impresionante.
Terminamos más o menos en el tiempo previsto y lo hicimos muy bien, ya que justo cuando salíamos comenzaban a entrar las hordas de niños con gorritos de colores que venían de excursión. Realmente no sé cuánto tiempo se pasa esta gente haciendo excursiones porque todos los días te encuentras grupos de niños vayas donde vayas.
También pudimos ver en las inmediaciones del castillo a unos conejitos que saltaban alegremente.
Al salir fuimos a dar un paseo por los jardines. Cuando llegamos vimos que eran enormes por lo que tuvimos que decidir visitar solo una parte de ellos ya que si no corríamos el peligro de perder el shinkansen a Tokyo.
Al final todo salió a pedir de boca y pudimos subirnos al tren que queríamos junto con sendas cajitas de comida típicas japonesas. El viaje, de unas 3 horas, nos dejó en Tokyo una hora y media antes de la hora a la que habíamos quedado con Germán, el becario ICEX de informática de Tokyo, por lo que aprovechamos ese rato para acercarnos a Shibuya y meternos de lleno en la vida de Tokyo.
El barrio de Shibuya es famoso por su cruce delante de la estación en el que el tráfico se para en todas las direcciones para que cada vez pasen cientos de peatones por el medio de la calle. Aquí podéis ver una imagen del antes y otra del momento álgido de la gente cruzando.
Es alucinante ver que cada vez que el semáforo se pone en verde para los peatones la misma cantidad de gente pasa independientemente de que hace menos de 5 minutos también estuviesen las aceras colapsadas.
Tras presenciar tres o cuatro cambios de los semáforos decidimos lanzarnos nosotros a cruzar la calle y comenzar a callejear un poco por Shibuya. Fue nuestro primer acercamiento a la locura de Tokyo y ya nos bastó para comprobar que esta ciudad es radicalmente diferente al resto de cosas que puedes ver en Japón.
No caminamos mucho más puesto que no queríamos llegar tarde a la cita con Germán, que fue tan amable que nos dejó su acogedor apartamento para que pasásemos nuestras dos noches en Tokyo. Después del reencuentro con él, de conocer a Esther y de estar un buen rato contándonos anécdotas y pidiéndoles consejo sobre cómo administrar nuestras escasas horas en la capital nipona decidimos que una buena forma de aprovechar las horas que quedaban de día era hacer una visita a Shinjuku.
Lo primero que hicimos al llegar allí fue subir a la torre del Gobierno Metropolitano de Tokyo, la cual es gratis y ofrece unas vistas inmejorables de la ciudad. Tras un rato admirándolas decidimos caminar hacia el corazón de Shinjuku para cenar y caminar por sus calles.
Primero aterrizamos en la zona de las tiendas de electrónica en la que no hicimos muchas paradas puesto que nos queríamos reservar para ver Akihabara al día siguiente. Donde sí que entramos fue en el Yodobashi Camera, a pesar que en Akihabara hubiera otro (el centro comercial de electrónica más grande del mundo). Yodobashi es una pasada, tienes tecnología de todos los tipos, desde lavadoras hasta interruptores. En lo que a cámaras se refiere, que era lo que más me interesaba, es increíble. Puedes probar todas las gamas de Nikon o Canon (entre muchas más marcas) así como todas las gamas de objetivos para las mismas. Que te dejen tanta libertad no tiene precio, pude montar cualquier objetivo que se me antojase en mi cámara.
Después cenamos unos boles de ramen para reponer fuerzas pues el cansancio ya comenzaba a hacer mella y finalmente nos pusimos en camino hacia la zona roja de Shinjuku.
De camino encontramos una callejuela estrecha llena de restaurantes pequeñitos que era una pasada, en cada restaurante estaban cocinando lo que fuese delante de las menos de diez personas que allí cabían
Al llegar a Shinjuku propiamente dicho fue donde realmente vimos la locura de luces en la que uno piensa cuando le hablan de Tokyo. Era un espectáculo impresionante, al igual de impresionante era pensar en estar durmiendo unos días atrás en la tranquilidad de un templo budista y verse ahora rodeado de luces de neón parpadeando a ritmos vertiginosos.
Paseando por las calles de Shinjuku vimos a este personaje que definiría como disfrazado de Pokémon al que le costaba horrores mantener los ojos abiertos, el pobre se estaba durmiendo de pie…
No había tiempo para mucho más, queríamos encontrar el DonQuijote, una tienda repartida por varios barrios de Tokyo en la que se pueden encontrar baratijas de todo tipo. Nos costó encontrarla y cuando lo hicimos la visitamos a toda velocidad puesto que el dolor que teníamos ya en los pies nos impedía pensar con claridad, así que a la cama que mañana sería otro día.
Qué envidia!! Y qué casualidad, mi profe de japonés es de Osaka y nos habla mucho del castillo de Himeji.
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¡Qué bonito comenzar el día viendo castillos y jardines! O es mi imaginación, o cada vez escribes con más perspectiva. Esos conejillos saltando alegremente (a lo mejor tienen el tamaño de un japonés jeje), y ese autobús (que me recuerda al Enferbús que para en Oviedo, y pasa por Figaredo City).
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